No sé si es así por ustedes, pero a veces yo deseo que las cosas puedan volver a cuando las cosas eran más fáciles. Possiblimente eso fue cuando éramos niños y mamá y papá simplemente se encargaban de todo y no teníamos que preocuparnos por eso. Tal vez nos fue más fácil esta primavera antes de que todo se cerrara, se perdieran los trabajos, la gente muriera y ahora, en lugar de reunirse con amigos, es fácil ver a todas las otras personas peligros y potencialmente letales escondidos detrás de una máscara. Hay muchas cosas a nuestro alrededor que pueden fácilmente hacernos sentir miedo o al menos desear que los tiempos fueran lo que solían ser.
Yo diría que los discípulos pudieron empatizar bastante bien con nosotros y con esos sentimientos. Si recuerdas el evangelio de la semana pasada, Jesús multiplicó el pan y el pescado para la multitud hambrienta, de modo que sobraron doce canastas. Apuesto a que los apóstoles estaban pensando: “Bueno, supongo que ya no nos vamos a preocupar por la comida. ¡Tenemos doce canastas de pan y Jesús puede hacer más cuando queramos!” Entonces, ¿qué sucede? Jesús los hace subir a una barca y salir mientras él se queda a rezar.
El contexto de nuestra primera lectura es muy similar. Elías acaba de derrotar a los sacerdotes de Baal cuando Dios mostró que él era el único Dios verdadero al enviar fuego del cielo sobre su sacrificio en el monte Carmelo. ¿Y qué agradecimiento recibe? Entonces, ahora corre por su vida y se esconde en cuevas porque la malvada reina Jezabel y el rey Acab están tratando de matarlo. De nuevo, una gran decepción.
Ahora, no estoy tratando de repetir lo que escuchamos en las lecturas con diferentes palabras. La razón por la que pasé por esto es porque tenemos que ver que las personas en las Escrituras son personas reales. Es solo cuando son reales para nosotros que realmente podemos aprender de ellos. Entonces, ¿qué se supone que aprendemos de la lectura de hoy?
A veces, lo que sucede en nuestra vida está fuera de nuestro control. No solo no es perfecto, sino que también puede dar miedo. Los discípulos tuvieron que dejar la comodidad de tener una gran comida gratis para pasar una noche entera tratando de no ahogarse en una tempesta en el mar. Elijah se esconde en una cueva y ve vientos huracanados, terremotos e incendios. Hay ocasiones en las que Dios elige mostrarnos que no tenemos el control. Pero, no se nos dan los ejemplos de Elías y los discípulos para que sepamos a quién invitar a nuestra sesíon de autocompasión. ¡No! Se nos dan sus ejemplos para que sepamos cómo responder cuando las cosas no van bien, y los momentos en los que pudimos ver que Dios estaba allí con nosotros parecen muy lejanos.
Aprendemos tres cosas de nuestras sagradas Escrituras que es importante tener en cuenta cuando nos enfrentamos al miedo, la incertidumbre o nos enfrentamos cara a cara con la realidad que no podemos controlar el mundo que nos rodea. Primero, Dios tiene el control; Segundo, a veces es fácil a no ver Dios en nuestras vidas, por eso debemos estar atentos; y Tercero, debemos confiar en él.
Vemos en nuestro evangelio que mientras los discípulos están preocupados por ahogarse en el viento y las olas, Jesús camina sobre el agua. Despues de Él se une a ellos en el bote y el viento se detiene, ellos lo adoran. Jesús muestra que tiene poder sobre el viento y el mar. El poder controlar los vientos y son los silencios ante una palabra de Jesús. No tenemos el control, pero Jesús sí.
En la historia de Elías vemos que a veces es solo en las pequeñas cosas que podemos ver a Dios. Dios no suele optar por trabajar de manera grandiosa e impresionante, pero en los eventos sutiles de la vida ordinaria. Por eso Dios no estaba en el viento ni en el fuego ni en el terremoto, sino en una voz suave y apacible. Dios no prefiere llevarnos a una relación más profunda con él por la fuerza, golpeándonos en la cabeza con lo grande y poderoso que es. Prefiere atraernos hacia él, mostrándonos su amor. El amor se muestra en el compromiso constante de la vida diaria. A veces nos llama a la acción heroica, pero la mayoría de las veces es en las cosas cotidianas simples: ser pacientes, perdonar las faltas de los demás y estar presentes y fieles, una certeza de apoyo en un mundo de cambios.
Finalmente estamos llamados a confiar en Dios. Vemos que san Pedro es capaz de vencer su miedo y reconocer a Cristo mientras camina sobre el agua, pero cuando quita los ojos de él y comienza a mirar la fuerza del viento y el poder de las olas, comienza a hundir. Lo mismo es cierto para nosotros. Si solo nos enfocamos en cuán grandes, difíciles y peligrosos son nuestros problemas, como Peter, comenzamos a hundirnos. Pero, cuando mantenemos nuestros ojos fijos en Jesús y su habilidad para usar todas las cosas para bien, como Pedro, podemos hacer lo que es imposible por nuestro propio poder.
Este es el ejemplo que nos dan los mártires. Hoy la iglesia recuerda a Santa Teresa Benedicta de la Cruz, el nombre religioso de la filósofa Edith Stein. Después de su conversión al catolicismo, esta brillante mujer se convierte en monja carmelita. Como era judía de nacimiento cuando los obispos de Holanda denunciaron a los nazis, la Gestapo arrestó a Teresa Benedicta de la Cruz y la envió a Auschwitz para que la mataran. A pesar de que se le ofreció una forma de escapar, en cambio eligió entregar su vida y su muerte a Dios confiando en que al unirse a él en una muerte como la de Jesús, traería la salvación del pueblo judío.
En su historia vemos su confianza en que Dios tiene el control de los eventos de la historia y, al mirar a Dios, confió en que en sus manos todas las cosas trabajarían juntas para el bien de aquellos que aman a Dios y son llamados de acuerdo con su propósito. Que también nosotros seamos inspirados por la fe y el valor de los santos y, por su intercesión, entreguemos nuestras vidas en las manos de Dios, especialmente cuando nos sentimos tan fuera de control.